Me llama la atención la importancia que podemos dar a la cantidad en contra de la calidad. Habréis visto más de una vez la interminable fila de amistades que alguna gente almacena en ciertas plataformas. ¿7854 amigos? Vale, y digo yo... ¿Hablas con todos? Porque digamos que a dos minutos per cápita , salen 15708. Minutos, digo. Casi 11 días queridos, queridas.

Ah, que no es cada día, acabemos. Y tampoco es con todos, vale, ya voy entendiendo. Vaya, que con la enormísima mayoría, no hablas. Lo he pillado.

Pero entonces... Nada, me callo que estoy más guapo.

Con la gente que viaja mucho puede pasar algo parecido. Chiquicientos países en 20 años, ah qué bien. Y yo que ya tengo más y escasamente conozco mi pueblo... Fíjense que saber dónde está tu banco no es conocer tu pueblo. Eso sólo puede hacerse conociendo a la gente de tu pueblo. Creo.

Lo cual complica la cosa de manera importante. Exponencialmente, diría yo. Ahí es donde se entiende la importancia de la lectura. Leer es viajar en un sentido muy literal del término. Y tiene la ventaja de que puedes hacerlo desde el sofá. Leyendo, conoces, aprendes. Viajando también, pero ojo: también hay quien aprovecha un billete baratito para darse una vuelta por Harrows y de paso practicar el Jelou, el guzbai y el zenkiú. Y cuando le preguntan si conoce Inglaterra responde Llesaidú, más ancho que un bombero.

Porque no es lo mismo conocer países que visitar territorios, seamos más humildes que nos conviene.

¿De verdad que conoces veinte países a tus digamos, cincuenta? Déjame ser un poco curioso...¿Conoces el tuyo? Si se trata de Andorra o Liechtenstein, me lo creo. De otra manera, tu conocimiento será relativo como mucho. Entonces los veinte, tampoco, broder. Ni quince. Ni diez. No puedes. Punto.

Así que ojito con colgarse la etiqueta acostumbrada porque puede haber algún avispado en la cercanía que saque conclusiones apresuradas y te confunda con un snob. Que haberlos, haylos.

Cariñosamente, Marco del Polo. 😃

Quino55 muokkasi tätä .